Bien sea porque las relaciones familiares fueron siempre similares a las que vamos a describir, o porque el trastorno anoréxico genera tanta tensión en el seno familiar que las relaciones cambian, el hecho incuestionable es que durante el transcurso de la anorexia, las relaciones creadas en las familias presentan algunos patrones comunes contraproducentes:
Amalgama: Describe una manera extremadamente estrecha e intensa de relación familiar en la que los límites se pierden. Los roles se difuminan, confunden e intercambian siendo muy difícil establecer con claridad quién ejerce determinados papeles en la familia. En muchas ocasiones los hijos hacen el rol de los padres y los padres asumen actitudes más propias de sus hijos. Además, los padres intentan que sus hijos disfruten de la infancia que ellos no tuvieron o del futuro que desearon para ellos mismos, lo que acarrea una excesiva implicación en el desarrollo de su descendencia.
La individualidad y la autonomía de los integrantes de estas familias son inhibidas; desaparece la privacidad y todos los espacios, ilusiones, objetivos y emociones se comparten. Todos los miembros de la familia se sienten con el derecho (y el deber) de participar en las emociones, decisiones, etc. de los demás; y ninguno se siente legitimado para defender su privacidad.
Es posible que establezcan relaciones más cercanas entre alguno de los hijos y uno de los
padres, presentando un frente común hacia el otro progenitor. Y que la comunicación entre dos personas tenga lugar a través de una tercera, en vez de producirse de forma directa. Estos patrones de comportamiento pueden perpetuarse sin que nadie en la familia esté al tanto de que se están conduciendo en esta manera.
Sobreprotección: Es característico de algunas familias de pacientes con anorexia un desvelo mutuo y continuo entre sus miembros, no sólo hacia el hijo enfermo, que responde a un cariño genuino, presente tiempo antes de que la anorexia se iniciase. Sin embargo, la sobreprotección cuando los hijos/as crecen refuerza la idea de que el mundo es un lugar inseguro y la vida una situación plagada de posibles catástrofes. Cualquier vivencia fuera de la red familiar se tiende a interpretar como un riesgo gratuito e innecesario, incluso como un acto de traición a la unidad y bienestar familiares.
Cada cual tiene la sensación de que el cuidado de los restantes miembros de la familia es responsabilidad suya, dejando a los demás a cargo de su propio cuidado personal. Los hijos son así ignorantes de su propia realidad y negligentes de su propio cuidado.
Rigidez: En algunas de estas familias cualquier cambio es vivido como amenazante e indeseable, dado que pone en riesgo el sentimiento de seguridad que ofrece una búsqueda continua de control.
La supuesta seguridad que aporta limita tremendamente la libertad y autonomía de sus miembros y, aunque pretende proteger de los cambios que puedan venir desde el exterior (de la familia), lo que realmente consigue es limitar las posibilidades de adaptación a estos.
Evitación del conflicto: Cualquier realidad conflictiva es sentida de forma amenazante hacia la armonía familiar y, por tanto, se desaprueba. Impera entonces la ley del silencio. Los problemas se niegan o minimizan. Es habitual que ante sentimientos de malestar la respuesta de los padres sea del tipo “no hay por qué preocuparse, ya verás como todo se soluciona, siempre lo has hecho”. El mensaje implícito es que los padres esperan que su hijo sea capaz de resolver sus dificultades (aparece entonces el temor a fracasar, a fallar a los padres) sin el ofrecimiento de un apoyo al respecto. Implicación de los hijos en el conflicto paterno: En ocasiones, las/los pacientes con anorexia son confidentes de alguno de sus padres, forzando una alianza con uno de los padres frente al otro o se convierten en mediadores del problema de los padres. Cuando la anorexia nerviosa aparece, los padres parecen olvidar o ignorar sus crisis maritales, absortos como están en la protección y cuidado del hijo/a enfermo/a. Tienen así un motivo válido para unirse y olvidar sus cuitas personales. Así, los síntomas se convierten en un elemento determinante de estabilidad o inestabilidad familiar.
Estas constelaciones relacionales señaladas pueden impedir, no sólo el proceso de maduración personal del hijo/a más “dócil” y por tanto convertirse en un factor de vulnerabilidad para el trastorno, sino también mantener la patología e impedir su recuperación.
Guía Trastornos de la conducta alimentaria - Unidad de Tratamiento de los Trastornos de la Conducta Alimentaria del Hospital Universitario Santa Cristina de la Comunidad de Madrid
http://www.madrid.org/cs/Satellite?c=CM_Publicaciones_FA&cid=1142494804947&idConsejeria=1109266187278&idListConsj=1109265444710&idOrganismo=1109266227712&language=es&pagename=ComunidadMadrid%2FEstructura&sm=1109266101003
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